La moneda en La Fuente



Los años habían pasado para ambos. El paso del tiempo nos había alejado un tanto, pero algo me decía que aquella intimidad perdida a fuerza de su sistemático descuido, permanecía sostenida en ciertos sonidos y ciertas imágenes pictóricas recurrentes. Para que negarse a la modernidad, había que reconocer que ciertas líricas, más que negarse a ser perdidas eran forzadas a ser mantenidas, y en un mundo donde mantener las distancias parecía imposible, cierto romanticismo platónico era una idea… más bien, simplemente, una vieja idea.

No niego que sigo manteniendo, mas bien sigo sosteniendo, mis razones para seguir un tanto disgustada. A decir verdad todo se resume a una idea que siempre me pareció precisa, cruel y real: Nadie puede hacer lo que uno desea que haga. Lamentablemente de eso se tratan los vínculos humanos. Mas tarde entendí que esa idea puede ser bien usada como excusa cuando uno no sabe como decirle a otro que no le nace… no le nace hacer nada que el otro quiere y que no tiene ninguna intención de satisfacer ninguna de sus necesidades, ni siquiera por mínimo cariño.

Ahora creo escuchar ciertos ecos lejanos de un susurro. Seguramente se debe a un sueño que tuve en estos días. La mente sigue su transcurso más allá del deseo o la necesidad. Siempre creo que si algo tiene para decirme no va a usar indirectas, porque se definió como el tipo de personas que si quiere decir algo lo dice. Las dudas siempre estuvieron planteadas por ciertos devaneos sutiles. Para que mostrarle a alguien un reflejo que se niega a ver.

Cercana, está ante mí, la melodía indicadora. Nadie quiere saber a donde apunta su índice oculto de vanidad. Se perfectamente a donde apuntan mis dedos maliciosos, se que corazones elijo para jugar. Pero nunca peco de omisión. Ni escondo la mano. Ni tomo rehenes en mis pequeñas batallas del ego.

Si dejaras de jugar me aburriría, pero al fin sabría que siempre fue un juego. 

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