Las Batallas
“El supremo Arte de la Guerra es someter
al enemigo sin luchar.”
"En
esencia, el Arte de la Guerra es el Arte de la Vida."
El Arte de la guerra, Sun Tzu.
Hay
que pelear las propias batallas, hacerles frente, hay que enfrentar y domar las
ideas miedosas: ganar o perder es mejor que nunca enfrentarse a lo áspero de
los conflictos reales. No hay que tomar rehenes. No hay que mandar
lugartenientes a hacer mandados. No hay que convencer a los otros de pelear las
batallas propias para que se distraigan del hecho de preocuparse en sus propias
problemáticas, eso es simplemente manipulación. Hay que tener honestidad
intelectual, hay que ser coherente con uno mismo y si se puede consecuente. Hay
que ganarse las batallas para poder decir que la vida fue una guerra ganada
luchándola con el corazón y la razón. No hay que dejarse llevar por los bandos
opuestos, solo demuestran que no tienen pensamiento independiente. El camino
del medio es el más recto de un punto a otro. No hay que escuchar demasiado las
definiciones ajenas a grandes palabras: Felicidad, amor, verdad, justicia…
tienen demasiadas acepciones las palabras positivas y tienden a ser más
subjetivas que las palabras negativas.
No hay que tenerle miedo a la soledad, ni a los pensamientos, ni a las opiniones o definiciones. Cuando conseguimos algo y queremos más somos ambiciosos y los demás no nos deben nada, todo depende de nosotros y la suerte no existe. Cuando se está frustrado la vida parece debernos algo, la felicidad ajena causa envidia y nos secamos con el cinismo. Cinismo y acidez no son lo mismo: lo primero es fruto de la decepción, lo segundo es un rasgo de la personalidad.
No hay que tenerle miedo a la soledad, ni a los pensamientos, ni a las opiniones o definiciones. Cuando conseguimos algo y queremos más somos ambiciosos y los demás no nos deben nada, todo depende de nosotros y la suerte no existe. Cuando se está frustrado la vida parece debernos algo, la felicidad ajena causa envidia y nos secamos con el cinismo. Cinismo y acidez no son lo mismo: lo primero es fruto de la decepción, lo segundo es un rasgo de la personalidad.
Por
último: hay que revisar las razones de una batalla, seguir analizando si vale
la pena el esfuerzo. Hay que medir si valen la pena los enemigos (y los amigos)
y si uno puede medirse en su altura. Alardear con batallas fáciles de ganar no
sirve de nada, no enseña nada. El orgullo no es buen consejero para la
estrategia, es la falsa moral de los brutos.
Y
si la batalla está justificada hay que pelearla hasta ganar… o perder, así es
como se aprende a aceptar. Después perdonar y olvidar.
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