Detención


Rojo, como nada debe ser colorado. Intenso como el profundo azul del mar, porque la espuma se derrite a sus pies. La tarde vuelve a caer. La tormenta de sus ojos impone la voluntad de capear el temporal. Mis bíceps triman sin siquiera pensarlo. Voy delante y tus ojos me siguen tormentosos. Lo que no digo de tus manos es inefable. Te veo sonreír con el remolino de tu cabello corto por la mañana. Voy a sentir ese mareo de tierra bajo mis pies firmes y vas a sonreír como puedas, que va a ser mucho, y vamos a saber lo suficiente. Es verde, con olor a pasto mojado, entibiado por un calor de smog, ese que no te gusta y me cubre. Voy a entender que no estás destinado a la depresión de un Distrito Federal; que lo que te hace mal es todo menos yo; que vas a necesitar, a la larga, salir a correr, salir a buscarme afuera y adentro; que vas a pensar si era lo que querías hacer. Eso, va a ser esmeralda como el fondo del pacífico que se mueve al compás de las algas. Después, que importa el después… al final el karma es un espacio inédito de todos modos y no hay forma de saber si los enojos matutinos van a ser una gracia, una anécdota o la gota fría que rebalsa lo que nunca termina de llenarse.
Vos, la nieve, los vientos polares, los idiomas, la narrativa estricta, tus ojos verdosos, esos de los que siempre hablé y nunca había visto hasta el día que entraste en el bar.
Yo, los libros, los cuadernos de todo tipo y tamaño, la primavera, los viernes de vino, cena y video, mi línea de flotación siempre en pugna, el siamés que es un santo, mis ojos que te hablaron…
Todo se arremolina en un punto, en la intersección, en la encrucijada y el polvo del camino no baja y los letreros parecen estar en arameo.

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